Al entrar a la Isla del Tesoro, a 30 km al sureste de Trinidad, nos dimos cuenta de que pasaba algo muy raro: parecía hecha de piedra. Pero no hay piedras en el Beni o, al menos, no a esas latitudes”, cuenta por correo electrónico el geógrafo italiano Umberto Lombardo, del Instituto de Geografía de la Universidad de Berna, en Suiza.
Él es uno de los investigadores del estudio titulado “Ocupaciones de cazadores-recolectores del Holoceno Temprano y Medio en la Amazonía occidental: Los conchales ocultos”, publicado el 28 de agosto en la revista científica PLOS ONE. En él, un equipo de nueve personas de diferentes países demuestra que tres manchas de bosque, de ésas típicas que surgen en medio de las llanuras de Moxos, en el noreste de Bolivia, se han formado gracias a la acumulación de basura producida por humanos.
Estos montículos estudiados que, como el resto de los que se hallan en la zona, son unos dos metros más altos que las pampas y miden aproximadamente una hectárea, están separados entre sí por 100 km. La Isla del Tesoro que menciona Umberto está en el cantón Perotó, otra se encuentra en San Francisco de Moxos, al oeste del Mamoré y, la tercera, al norte de Trinidad.
“Se sabía que algunas eran de origen antropogénico, pero se especulaba que la mayoría eran de origen natural”, explica el único boliviano que ha participado en la investigación, el arqueólogo José Capriles. “Sin embargo, nosotros estábamos interesados en saber un poco más cómo se formaron y, también, en entender cuál fue la historia de las poblaciones humanas de esta región”, añade.
Tras hacer análisis de la composición del suelo, los investigadores llegaron a la conclusión de que estaban conformados por conchas de turos, como los benianos llaman a un tipo de caracol”, prosigue Umberto.
“Ahí también nos dimos cuenta de que había la posibilidad de que estos conchales fueran hechos por el hombre. Pero, hasta poderlo demostrar, nos ha tomado meses de trabajo de campo, muchas semanas de análisis en laboratorios de Suiza y Alemania y muchos fechados radiocarbónicos”, señala el geógrafo. Los conchales son formaciones típicas del Mesolítico (período prehistórico comprendido entre el año 10000 a. C. y 5000 a. C.) que se han encontrado en varios lugares del mundo, desde el sudeste asiático hasta en países del norte de Europa.
En los que se hallan en zonas costeras hay diversidad de moluscos pero, en los llanos de Moxos, no es así: los esqueletos de caracol de la Isla del Tesoro —única mancha de bosque en la que los investigadores han hecho excavaciones—, son del tipo Pomacea, de la familia Ampullariidae, conocida también como caracol manzana (tiene el tamaño de esta fruta). Es nativo del lugar y el más grande de la región, y crece en zonas húmedas.
“En la actualidad, nadie los consume”, asegura el arqueólogo, salvo en Iquitos, Perú. En las lomas benianas, construidas por culturas precolombinas entre los siglos IV a. C. y XIII d. C., conformadas por desechos, hay también estratos cubiertos de turos. “Fue un recurso importante no sólo en la prehistoria temprana”, afirma José.
Entre junio y septiembre del año pasado (cuando las llanuras benianas no están inundadas), el equipo fue a la zona a investigar. Contaron con la ayuda de comunarios, que participaron en las excavaciones, y de los dueños de las estancias en las que están los restos, además del apoyo de la Unidad de Patrimonio y Museos del Viceministerio de Interculturalidad y la Gobernación.
Aunque el geógrafo y el arqueólogo creían que el origen de las islas eran antiguos asentamientos humanos, tropezaron con un problema importante: no hallaban evidencias humanas. “Nada de cerámica, esqueletos u otros elementos que normalmente permiten identificar sitios arqueológicos. Hasta el momento, lugares parecidos a la Isla del Tesoro se habían interpretado como cúmulos de conchas de turos hechos por los pájaros, que supuestamente también los comen y dejan los caparazones amontonados.
El verdadero momento en que tuvimos la seguridad de que se trataba de sitios arqueológicos fue cuando llegaron los análisis de laboratorio”, cuenta Umberto. Las pruebas demostraron que entre los caracoles había restos animales (de venados, entre ellos del más grande del lugar, el ciervo de los pantanos, así como de lagartos y peces), carbón, tierra quemada y arcilla producto de la combustión, lo cual denotaba presencia humana.
Lo más sorprendente fue el resultado que arrojaron los estudios con carbono-14: la presencia de personas en el lugar se remonta 10.400 años, lo que supera en más de ocho siglos las teorías que señalaban que la Amazonía boliviana empezó a poblarse hace unos 2.000 años por sociedades complejas que construyeron lomas, camellones y grandes terraplenes, de las cuales sólo quedaban los mitos, como el del Paitití, cuando llegaron los españoles, y de las que aún se sabe poco. Pero no se conocía nada anterior a ellas. “Éste es el primer proyecto que trata de estudiar cuál es el origen de estas civilizaciones”, dice José.
“Lo sorprendente es que podría haber cientos (de estas islas), porque estas tres están muy dispersas y, teniendo en cuenta el tipo de paisaje que existía, y las características de estos sitios, lo más probable es que varias — existen miles— podrían haber tenido este tipo de ocupación”, aventura el experto boliviano. Los habitantes habrían sido cazadores-recolectores móviles que consumían especímenes de caracol cuando escaseaban otros recursos alimenticios, pues éste era “predecible, abundante, y podría tener muchas calorías”.
En la Isla del Tesoro se han encontrado también restos óseos humanos que podrían arrojar aún más luz sobre la historia de los pueblos prehistóricos amazónicos, pero los resultados de los estudios no se conocerán hasta el próximo año. Además, aún quedan otros lugares donde seguir investigando, así como muchas interrogantes. Una posible teoría que explicaría la formación de estas islas de bosque es que eran parte de ciclos de movilidad, ya que los pueblos cazadores-recolectores eran nómadas y cambiaban de ubicación.
Llama la atención que hay diferencias en la cantidad de conchas entre unos lugares y otros. Actualmente, algunas son fácilmente visibles por la erosión del suelo, pero en la Isla del Tesoro, el equipo tuvo que excavar hasta 80 cm en la tierra para hallar las cáscaras de Pomacea.
Umberto cuenta que llegó a Beni por primera vez en 2001 para trabajar en la organización no gubernamental Hoyam-Mojos, que impulsa la piscicultura en la zona. Se quedó tres años en San Ignacio de Moxos y, luego, se marchó de Bolivia, a donde regresó en 2006 como investigador de un proyecto que estudiaba montículos habitacionales en Beni, durante un año.
Desde 2008 trabaja en la Universidad de Berna, en Suiza, y es la Fundación Nacional Suiza para la Ciencia la que ha financiado el estudio en los llanos de Moxos. “Como geógrafo, estaba interesado en averiguar los procesos de formación de las miles de islas de monte que hay en las pampas benianas. Es un tema muy interesante y debatido, puesto que hay varias hipótesis al respecto.
Se ha dicho que son restos fluviales, termiteros o plataformas antrópicas construidas por la misma gente que edificó los terraplenes, camellones, lomas monumentales y las demás obras de tierra que caracterizan la arqueología beniana. La verdad es que hay tan pocos trabajos sobre este tema que se sabe muy poco. Muy poco, considerando que hay miles de islas sobre un territorio tan grande como media España”.
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